jueves, 21 de abril de 2011

Vamos a ver

Me he confesado, ya en varias ocasiones y en varios lugares, lector empedernido y devorador de obras literarias de todo tipo. La mayoría de los que tienen o han tenido la desgracia de tratar conmigo son conocedores de esa debilidad, una de tantas que sufre mi persona. Principalmente, eso sí, de prosa antes que de poesía. No porque no valore la obra poética o la considere snob. No va por ahí. Es indudable que la poesía goza de una reputación digamos artística y creativa quizá mayor incluso que su tocaya. Pero entrad en una librería y comparad el volumen de narrativa entre una y otra. Diría que se consume y se escribe más novela. En cualquier caso, sea una u otra, lo importante es que exista ese hábito saludable – aunque quizá no excesivamente barato – de la lectura por el bien de nuestra propia cultura social y personal.

¿Y por qué suelto esta perogrullada? Bueno, principalmente viene a raíz de una conversación que mantenía, hace apenas unos días, con una prima mía de veintitantos que, aprovechando que estaba por la zona visitando clientes – es comercial – se pasó por mi casa a la hora de comer. Cuando entró en el salón y vio estanterías llenas con centenares de libros hizo el mismo comentario que otros invitados antes que ella. ¡Cuantos! Y luego me estuvo explicando cómo en breve se le acaba contrato, las dificultades para vender, etc que desgraciadamente demasiadas personas sufren en estos tiempos en sus carnes. Hasta que en un momento dado me hizo una pregunta que me dejó entre perplejo y sorprendido: ¿oye no tendrás un libro de esos para hablar bien?… te refieres a algo para mejorar la oratoria o la fluidez verbal, le pregunté. ¡Eso! ¿Ves? A mí no me sale hablar así. Ya.


Presupongo que deben existir libros como el referido por mi prima aunque en mi opinión algo así no se soluciona con manuales de bolsillo. La forma y contenido con el que cada uno de nosotros nos expresamos es el resultado de años de estudiar, de hábitos de lectura, del entorno cultural en que nos movemos y mil cosas más. Y eso, para una generación de sms que ha crecido pasando cursos aprobaras o suspendieras, incapaz de acertar cuando una palabra va con b o con v, que lo escriben todo con k, a la que no le tiemblan las cañas ni se le cae la cara de vergüenza cuando escribe un “vamos haber” y que no se lee un libro porque ya harán la peli, creo que les está llegando el momento de empezar a pagar esa factura – con intereses - anunciada por muchos. Y lo que realmente veo más difícil es motivarlos. Cuando ves por la televisión – medio por el que aún se puede llegar a ellos e influenciarlos – programas dedicados a la lectura la gran mayoría son productos con enfoques extremadamente intelectualoides, infumables, que nos hacen sentir a todos como gilipollas incultos. Que digo yo que entre el libro de recetas de Arguiñano y el universo kafkiano hay un mundo de literatura en medio.

Pero no todo está perdido porque ahora que se acerca Sant Jordi volveremos a disparar las ventas de unos libros que, mucho me temo, en demasiados casos simplemente cogerán polvo en alguna estantería perdida de casa. Porque regalarlos es tradición. Una tradición que no menciona nada de leerlos. Por eso los hacen con los lomos bonitos. Para que al menos aporten a la estética de nuestra decoración lo que no pueden aportarnos a nuestra propia imaginación. Una lástima. Quizá busque ese manual y lo regale. ¿Tiene alguno con la tapa azul?

miércoles, 20 de abril de 2011

La docencia de la sangre

Se acerca un año más el día de la madre y me gustaría homenajear esa figura que para todos ha supuesto una constante fuente de aprendizaje a lo largo de nuestra vida. El problema es que han tenido que ir pasando los años para que la distancia nos ayude a ver y entender todo lo que nuestras madres nos inculcaron sin nosotros saberlo y cómo han ido modelando nuestra personalidad con un método casi tan tradicional como lo son las fiestas de pueblo; a ostias. Pero lejos de reproches hay valorar en su justa medida todo el conocimiento que durante mucho tiempo nos han ido calzando en nuestras torpes cabezas, que no ha sido poco.

Qué sería de nuestra fuerza de voluntad si no hubiéramos pasado por esos momentos de no te levantas de ahí hasta que te lo comas todo. Jamás habríamos estado preparados para hacer esas sobremesas de cuatro horas que alguna vez nos ha tocado hacer de adultos. Y te lo acababas. Ya te digo si te lo acababas. Y cuando al día siguiente, viéndole las orejas al lobo, le preguntabas qué había de comer te daba la más contundente lección de lógica de tu vida. Comida. Lección que compensaba como se te ocurriera replicar alguna cosa con un cierra la boca y come. Absurdo y lógica. Cal y arena. Aunque nada igualaba la patada en la boca que le daba modus ponens tras cada porque lo digo yo… y punto. Cientos de filósofos removiéndose en sus tumbas. Si lo llego a saber me hago pescadero. Seguramente todos con la misma expresión que se te quedaba en el rostro cuando te soltaba un cállate y contéstame. Vale. PAF.

Pero también hay que reconocer que nos enseñó muchas otras cosas: a ser previsores y a llevar la ropa limpia por si teníamos un accidente. A ahorrar: guárdate las lágrimas para cuando yo me  muera. Incluso ciencias con la teoría de causa-efecto: tú sigue llorando que verás como te doy una razón para que llores de verdad. Bueno, en este caso era efecto-causa pero valía igual. O encriptación: no me no me… que te que te. Incluso se atrevían con la religión: tú reza para que salga la mancha. Y educación física: mira cómo llevas la nuca de mierda. A caballo entre el estiramiento y el contorsionismo, eso sí.

Aunque nada superará jamás las dos grandes frases que soltaba cuando me portaba mal. La primera: como te mates te pego. ¿Cómo? ¿Me amenazas con profanar los restos de mi cuerpo o algo así? No sé, a lo mejor tengo que firmar algún tipo de documento para donar mis restos, no a la ciencia, no… a mi madre… para que me ajuste cuentas. Pero sin duda mi preferida era ese ven aquí que te pegue. Y lo era más que nada por la cara de indignación, cuando no de sorpresa, al ver que lejos de cumplir el mandato la oteaba en la distancia con expresión alucinada. ¿De verdad esperabas que fuera? Hombre, igual te vendría bien leerte un par de libros de motivación personal. Pero como por todos es sabido que las madres deben decir la última palabra no había situación, lección o circunstancia que no acabara con la más dañina de todas las lapidaciones: eres como tu padre. Cuatro palabras y los dos hundidos en la miseria. Sólo al alcance de una madre.

lunes, 4 de abril de 2011

Universo geek

Quiero felicitar, aunque sea de manera algo tardía, a los autores de geekbcn.com porque me consta que hicieron de manera exitosa la presentación del portal hace no demasiados días. Enhorabuena. El sitio, para los que no lo conozcáis, está dedicado al universo geek dentro de la provincia de Barcelona. ¿Y qué narices es un geek? Pues, básicamente, viene a ser cualquier persona conocedora y/o fascinada por la tecnología (o la informática) en un grado superior a la media. Sin llegar a las connotaciones negativas o peyorativas del freaky o del empollón (nerd). O sea, un nerd es un geek pero no necesariamente es algo que se cumpla al revés. Diría que fuera de nuestras fronteras el concepto es más amplio pero básicamente la idea es esa. En España apenas es conocido fuera de los propios círculos pero hay que tener en cuenta que, como todo grupo humano y social, arrastra tras de sí una cultura bastante característica. Y probablemente mucha gente lo sea sin ser consciente lo cual es genial para todos aquellos que somos poco o nada partidarios de las etiquetas.

Debo matizar que mis felicitaciones, lejos de ser casuales, son en parte cómplices del delito aunque sea de manera ínfima ya que, además de haberles concedido una pequeña entrevista –de la que pongo en seria duda el interés que el mundo pueda tener sobre mi persona - , me han brindado la oportunidad de grafitear sus páginas con mis barbaridades  en una de sus secciones del portal. Como mi debilidad de carácter cuando me proponen e incitan al vandalismo con semejante cheque en blanco me impide cualquier opción de negativa a la propuesta no he tenido más remedio que aceptar sin miramientos.  Eso sí; me he autoimpuesto una longitud de correa algo más corta que la que me suelo dar cuando escribo aquí. No tanto en lo que pueda decir sino en el cómo. Y la razón es sencilla: es el mismo sentido del pudor por el que te cortas cuando tienes que cagar en casa ajena. Por muy sobrada que uno dibuje su fachada no hay que olvidar que detrás aún quedan restos de una educación que mis bienintencionados padres inculcaron en mi persona por el infalible método de la ostia y el collar estrangulador. Y eso, quieras que no, lo acabas interiorizando y agradeciendo a la larga. Uno es consciente que en las despachadas que me pueda pegar aquí queda clara la autoría del desmán pero ese contexto se desdibuja de manera peligrosa cuando lo haces bajo banderas ajenas. Y no tengo intención de manchar la imagen de terceros. Obvio.

Pero eso no significa que baje el tono, ni mucho menos, al de una hermanita de la caridad. De hecho mis primeros posts los he usado para cantar las excelencias de toda esa manada de borregos abducidos por las excelencias vitamínicas de la manzanita de Apple que son incapaces de ver también sus defectos. O los cenutrios que consideran que un informático, además de estar para servirle, tiene que saber arreglar cualquier cosa con batería, pilas o enchufe. O toda esa panda de chupa – voy a decir tintas aunque sea mi segunda opción - que buscan solucionar el mundo - y sus cuentas bancarias - lanzando algo como la ley Sinde. No. Creo que todos debemos opinar de estas cosas y hacerlo con sinceridad. Así que reitero mi felicitación a los chicos de geekbcn por tener la valentía de cederme su espacio sin censuras. Y que la falta de censuras no implique la de modales.

sábado, 2 de abril de 2011

El fénix nipón

Muchas son las imágenes y titulares que hemos vivido en estas últimas semanas relacionados con el reciente tsunami sufrido en Japón y sus consecuencias. No voy a entrar en el juego de desempolvar sinónimos en el diccionario de la innumerable lista de calificativos que a estas alturas ya hemos escuchado, y que oímos cada vez que se produce una desgracia de este tipo. Es obvio que aquí ninguno – salvo quizá los atunes rojos y las ballenas – nos alegramos de que haya pasado algo así. Y muchos han sido los gestos de solidaridad de famosos y anónimos en actos públicos, redes sociales y todo tipo de medios. Todo de una manera muy loable que seguramente nos pajeará la conciencia como mínimo durante unos días. Y ahí se queda todo. En la camiseta de turno - o el avatar humanitario - que a todos nos gusta lucir porque no implica ningún esfuerzo y nos hace sentir mejor con nosotros mismos. Para eso lo hacemos de cara a los demás, no nos engañemos. En eso somos expertos. En lucir lazos que nos permitan coleccionar toda la paleta cromática de colores – ¡anda!, el cian aún no lo tenía –. Eso sí, en el día adecuado, que marcamos convenientemente en el calendario para que nadie dude de nuestra memoria solidaria.  

Y cuando la noticia deja de ser interesante o nos empieza a resultar cansina va desapareciendo poco a poco hasta que nos olvidamos de esas familias que siguen durmiendo encima de una esterilla sin más posesión que el aire que respiran y la ropa que llevan puesta. O de los haitianos que más de un año después siguen con difícil acceso a recursos básicos como el agua potable y la comida. O los pobres chinitos del terremoto de Sichuan – casi 10.000 muertos pero no pasa nada porque chinos hay muchos -. O de los millares que, siete años después, aún no han podido recuperarse del anterior tsunami de Indonesia. O la que lió el Katrina. Y lo triste no es que estas cosas dejen de ser actualidad de manera natural – lógico, ya que la vida debe continuar y son cosas que siempre han pasado y pasarán -. Lo triste es que se vean relegadas porque nos interesan más las declaraciones de un señor que dice haber tenido un rollo con la supuesta amante de un hermano de la amiga de la ex de un famoso. Que es famoso porque participó en un reality durante dos semanas – pero, eso sí, estuvo meses paseándose por todos los platós televisivos – Estos subnormales son los que revientan las audiencias del prime time. O abrimos los telediarios preocupadísimos porque la roja tiene que jugar en un campo en mal estado. Pobrecitos. Ahora me pongo un lazo, coño.

Pero en todo este asunto hay algo que no puedo evitar destacar y alabar como se merece; la actitud que ha tenido y tiene el propio pueblo japonés ante semejante desgracia. Esto pasa aquí, con todo lo que nos gusta alardear de las virtudes de nuestro carácter latino, y estaríamos sumidos en el mayor caos. Ya lo estamos cuando caen cuatro gotas, o cuatro copos que cada año nos sorprenden y pillan a contrapié. En los mismos sitios, en las mismas fechas y con el mismo problema, aún sin resolver. Mientras responsables y oposición –sean del color que sean en ese momento- aprovechan para atacarse en busca de electores, criticarse y lanzarse pullas. Lo que sea menos arreglar de una puta vez el problema. En Japón no. Asumen el desastre con calma y de manera civilizada. Ni saqueos ni ostias. Y no me vale la excusa de ser primera potencia mundial con recursos. Que Nueva Orleans no es precisamente tercermundista y esas cosas pasaron igual. Así que el consuelo es que, a pesar de que en unas semanas más ya no reclamarán más la atención mundial, no tengo duda de que en pocos años volverán a resurgir de sus propias cenizas como ya han hecho en el pasado. Dando un ejemplo que el resto del mundo se niega a imitar.