sábado, 2 de abril de 2011

El fénix nipón

Muchas son las imágenes y titulares que hemos vivido en estas últimas semanas relacionados con el reciente tsunami sufrido en Japón y sus consecuencias. No voy a entrar en el juego de desempolvar sinónimos en el diccionario de la innumerable lista de calificativos que a estas alturas ya hemos escuchado, y que oímos cada vez que se produce una desgracia de este tipo. Es obvio que aquí ninguno – salvo quizá los atunes rojos y las ballenas – nos alegramos de que haya pasado algo así. Y muchos han sido los gestos de solidaridad de famosos y anónimos en actos públicos, redes sociales y todo tipo de medios. Todo de una manera muy loable que seguramente nos pajeará la conciencia como mínimo durante unos días. Y ahí se queda todo. En la camiseta de turno - o el avatar humanitario - que a todos nos gusta lucir porque no implica ningún esfuerzo y nos hace sentir mejor con nosotros mismos. Para eso lo hacemos de cara a los demás, no nos engañemos. En eso somos expertos. En lucir lazos que nos permitan coleccionar toda la paleta cromática de colores – ¡anda!, el cian aún no lo tenía –. Eso sí, en el día adecuado, que marcamos convenientemente en el calendario para que nadie dude de nuestra memoria solidaria.  

Y cuando la noticia deja de ser interesante o nos empieza a resultar cansina va desapareciendo poco a poco hasta que nos olvidamos de esas familias que siguen durmiendo encima de una esterilla sin más posesión que el aire que respiran y la ropa que llevan puesta. O de los haitianos que más de un año después siguen con difícil acceso a recursos básicos como el agua potable y la comida. O los pobres chinitos del terremoto de Sichuan – casi 10.000 muertos pero no pasa nada porque chinos hay muchos -. O de los millares que, siete años después, aún no han podido recuperarse del anterior tsunami de Indonesia. O la que lió el Katrina. Y lo triste no es que estas cosas dejen de ser actualidad de manera natural – lógico, ya que la vida debe continuar y son cosas que siempre han pasado y pasarán -. Lo triste es que se vean relegadas porque nos interesan más las declaraciones de un señor que dice haber tenido un rollo con la supuesta amante de un hermano de la amiga de la ex de un famoso. Que es famoso porque participó en un reality durante dos semanas – pero, eso sí, estuvo meses paseándose por todos los platós televisivos – Estos subnormales son los que revientan las audiencias del prime time. O abrimos los telediarios preocupadísimos porque la roja tiene que jugar en un campo en mal estado. Pobrecitos. Ahora me pongo un lazo, coño.

Pero en todo este asunto hay algo que no puedo evitar destacar y alabar como se merece; la actitud que ha tenido y tiene el propio pueblo japonés ante semejante desgracia. Esto pasa aquí, con todo lo que nos gusta alardear de las virtudes de nuestro carácter latino, y estaríamos sumidos en el mayor caos. Ya lo estamos cuando caen cuatro gotas, o cuatro copos que cada año nos sorprenden y pillan a contrapié. En los mismos sitios, en las mismas fechas y con el mismo problema, aún sin resolver. Mientras responsables y oposición –sean del color que sean en ese momento- aprovechan para atacarse en busca de electores, criticarse y lanzarse pullas. Lo que sea menos arreglar de una puta vez el problema. En Japón no. Asumen el desastre con calma y de manera civilizada. Ni saqueos ni ostias. Y no me vale la excusa de ser primera potencia mundial con recursos. Que Nueva Orleans no es precisamente tercermundista y esas cosas pasaron igual. Así que el consuelo es que, a pesar de que en unas semanas más ya no reclamarán más la atención mundial, no tengo duda de que en pocos años volverán a resurgir de sus propias cenizas como ya han hecho en el pasado. Dando un ejemplo que el resto del mundo se niega a imitar.    

2 comentarios:

  1. Cuánta razón tienes... pero ¿qué hacer? Cómo dicen muchos, los españoles nunca tendremos este problema, porque desapareceríamos todos bajo la ola...
    ¿Cómo cambiar la forma de ser, de pensar y de actuar de un país entero?

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  2. No creo que se pueda pero si al menos cuando nos colgamos las pegatinas en el pecho pensamos con sinceridad por qué y para qué lo hacemos ya me parece un paso de gigante. No critico que cada cual actue como considere pero personalmente, a falta de sustancias me sobran muchos de los detalles cara a la galería. Los que son realmente solidarios seguramente no viven de gestos públicos sino privados y diarios.

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