domingo, 27 de febrero de 2011

La caja lista

No hace demasiados días tuve la ocasión de engancharme mientras zapineaba, entre desesperado y desanimado por verme forzado por enésima vez a un ejercicio que personalmente no practico por placer, a una supuesta contienda intelectualoide - en el segundo canal nacional, cómo no - donde varios contertulianos supuestamente expertos en el mundillo disertaban acerca de una pregunta lanzada por el conductor del debate; ¿tenemos la televisión que nos merecemos? Justo escupía el presentador la cuestión cuando, entre curioso e intrigado, levanté mi dedo del botón del mando para ver qué y cómo respondían sus señorías a semejante perogrullada. Como era de esperar las respuestas a una pregunta tan directa ni por asomo se dilucidaban de la misma manera porque, claro, somos expertos y tenemos que demostrar que podemos diseccionar la base ambiental y educativa, el contexto y la historia de una programación que siguen insistiendo en mostrar como un servicio a nuestra tan estimada sociedad. Vamos, hombre. Que somos todos gilipollas y gilipollos.

La cosa es bastante menos complicada. Sí. Tenemos exactamente la mierda que nos merecemos. Y nuestra televisión es, desde hace ya muchos años, única y exclusivamente un negocio lucrativo que incuba y endiosa a famosos de un día – o lamentablemente más – sin ningún mérito destacable que desgraciadamente nos reflejan mejor de lo que nosotros queremos admitir y que llenan nuestras conversaciones y marujeos diarios. Todo con la debida complicidad de la prensa escrita y oral, rosa o no - separación que se ha desdibujado de tal manera que uno ya duda incluso de la existencia de esa línea - 

A las pruebas me remito: Hace relativamente poco, con la fusión de los canales Cuatro y Telecinco, eliminaron sin que les temblaran ni un ápice los pulsos el canal de CNN para sustituirlo en la parrilla por la última edición del Gran Hermano, máxima expresión y punta de lanza de la telebasura y que anda ya, después de años de bazofia, escarbando por los más bajos subsuelos de las alcantarillas televisivas. ¿Se quejó alguien por el obvio descenso cualitativo? Ni mucho menos. Subieron las audiencias del casposo programita. Y ante eso nada se puede replicar. Porque en este negocio el share es juez y parte, lo es todo y es el que manda. Así de rotundo. ¿Esto es lo que queréis? Esto es lo que os damos. Democráticamente. Y en el camino vamos a sacar el máximo petróleo que podamos, claro. Que la policía tampoco es tonta. Y todos, del primero al último, de los que en algún momento consumimos los fluidos hercianos que vomita la caja tonta entramos en ese juego y lo alentamos. Aunque, por supuesto, todos nos consideremos merecedores de algo mejor. A nadie le gusta ser calificado de paleto, inculto o incluso bárbaro pero lo cierto es que la fórmula ya estaba inventada desde la época de los romanos donde, para apaciguar a las masas y desviar la atención del pueblo de las críticas a los gobernantes se usaba el socorrido recurso del pan y circo. Sospechosamente parecido al de toreros y folclóricas de hace no tantos años. Pero que nada tiene que ver con el de fútbol y prensa rosa. Porque ahora todos somos mucho más intelectuales. Y todos vemos los documentales de la 2. Manda cojones.

lunes, 21 de febrero de 2011

Mister M

No le acabo de pillar el rollo. Y eso que yo, como la gran mayoría de las personas, soy un ser social. Como el que más, vamos. Otra es que sea socialmente aceptado, hasta ahí no me mojo, pero el hecho es que no acabo de entender dónde narices está la gracia del twitter. Porque hay gente que es auténticamente fanática y no sé qué le ven.


Ilustrémoslo con un ejemplo: Supongamos que yo soy el sujeto A del experimento. Como hago a diario me levanto de la cama o del cojín del perro, que yo soy una persona abierta a opciones o fetiches, y en el tuiter de mi móvil saludo a la nueva mañana. Luego me dan los buenos días en el ascensor y no contesto pero eso no importa. Porque me han dado las cortesías matutinas contadas y eso implica que si te contesto gasto la de mañana y me podrían llegar a acusar de ser borde. ¿Quieres mis buenos días? Pues te haces seguidor. Ok, primera tarea cumplida. Ahora me hago un café, me ducho y me visto. Como gracias a la fibra he pasado de ser un cabrón a ser una persona regular me siento en el trono a hacer mi acción ecológica del día. Plantar un pino. Pero cenar ensalada de arroz tiene sus consecuencias y puede que el arbolito  pierda el diminutivo para convertirse en una secuoya así que cojo mi móvil y tras una foto tirada con flash y ojos rojos subo el siguiente comentario; “Aquí un tío súper duro llamado mr. Mojón. Un colega mío”. ¿Y por qué he hecho eso? Pues porque algo en el interior de mi cabeza me ha hecho pensar que la gente está interesadísima en todas mis mierdas y por eso las comparto con mis fólogüers. ¿Y eso qué es? Pues todas aquellas personas cuya vida sería triste y anodina de no ser por mis grandes comentarios. Los que siguen mis chorradas, vamos. Y yo a mi vez sigo las grandes citas y geniales comentarios de una serie de gente que puede ser los mismos que me siguen o no. O sea que yo te sigo pero tú no me sigues, o sí, pero la lleva él. Hasta aquí se me sigue, ¿no? Y por si alguno tenía claro quién iba delante y quién detrás nos sacamos de la manga los retuíts. Que molón… ¿y eso de qué va? Pues se trata de que yo, como fólogüer de alguien publique de nuevo un comentario para que mis fóloguers que pueden no ser fólogüers del posteador inicial, o sí, vean el buenos días del colega. Todo súper intuitivo. Rozando lo trivial. Y sobre todo compensado por lo útil y enriquecedor de la experiencia.

A partir de aquí empiezan preguntas como si retuitéas un retuit qué le pasa. ¿Vuelve al estado original o desaparece? O si citas la respuesta de un retuit eso a quién narices le llega y en qué eslabón exacto de la cadena de mensajes se pierde de manera definitiva la dignidad. Que lo de las citas también tiene un polvo. Bueno, en realidad no. Son citas sin polvo. Que te dejan con la misma cara de tonto. Así que no, definitivamente no le acabo de pillar el rollo a esto. Pero hasta que alguien no lance un halcón que se lo coma me huelo que cada mañana nos seguirá despertando el piar de los pajarillos digitales. Buenos días, nenes. Buenos días.Y buena suerte.

lunes, 14 de febrero de 2011

Fuera sí pero ¿de serie?

No podía, y los que de manera esporádica o repetitiva han tomado café o desayunado algún viernes conmigo lo saben, andar diseccionando temas alegremente y dejar pasar precisamente el que en numerosas ocasiones ha ejercido con tanta solvencia de musa y leit motiv de memorables momentos y bromas. O pasarlo de puntillas, sin el debido respeto que un grande se merece. No sería justo. Porque viernes tras viernes cuando llegaba ese momento en el que alguien se levantaba dibujando en el aire ese gesto estandarizado y reconocible con la mano, ¿café?, te acercabas a la máquina lanzando rápidas y mal disimuladas miradas, al tiempo que insertabas la cápsula, hacia el montón de diarios, intentando reconocer entre la pila de papel de periódico una tapa plastificada y de color que te aceleraba el pulso. ¿Está? Píllalo, píllalo.

En este caso se trataba del suplemento “Fuera de serie” con el que el diario Expansión premia a sus compradores cada final de semana laboral y que se contaba y se cuenta entre las múltiples suscripciones de la empresa. Porque somos guays y nos suscribimos a cosas guays. El mencionado suplemento, para los que nunca lo hayan leído, tiene como objetivo el ilustrar las novedades en moda, viajes, complementos y todo tipo de excentricidades para un público, perdón, para un target (que parece que ahora todo hay que traducirlo a la lengua y grafía de los hijos de la pérfida Albión para que no parezcas un paleto sin caché ni estatus) vamos a decir que de un poder adquisitivo medio - alto. Pero medio - alto, alto, alto.

Y aquí reside su gracia. En hacer que los que ni de coña podemos pagar la inmensa mayoría de los objetos de sus páginas nos consolemos bajo la máxima de que tener dinero no significa tener buen gusto. ¿Calcetines rojos y pantalón escocés vendidos como el colmo de la elegancia? ¿Collares súper ponibles que podrían adornar el cuello de cualquier zíngara escapada del relato de Miguel Strogoff? ¿Utilitarios cómodos, elegantes y familiares donde los haya? Para llevar al niño al colegio cada mañana, vamos. Y así, página tras página vas descubriendo un mundo de accesorios que son como los trajes de los desfiles de moda de alta costura. ¡Eso no se lo pone ni cristo! ¿Para quién los hacen? Pero, eso sí, estimulado cada vez que doblas una hoja por lo que en la vida hubieras pensado que una imaginación pudiera parir y mucho menos hacer. Zapatos de mujer con taconazo de aguja y cola de zorro. Pero cola, cola. De las de verdad. Sin desperdicio.

Así que no puedo evitar hacer mi pequeño y sentido homenaje al que en muchos momentos nos ha dado un último empuje para acabar ese último día de trabajo semanal de una manera algo más amena, compartiendo mofas, juntando cabezas alrededor de unas páginas plastificadas y entonando un mira, mira, mira. Por ellos levanto mi taza. De café.

jueves, 10 de febrero de 2011

Y el mejor guión es para...

No hace demasiado se celebró, como todos los años, la gala de los Globos de Oro ésta vez debidamente adornada por la polémica actuación de un tal Ricky Gervais, actor y guionista no demasiado conocido en estas mesetas más allá de su intervención en la serie The Office. Serie que, como casi todas las decentes que entran en la parrilla en este país, vapuleamos en nuestras cadenas nacionales y privadas en horas indecentes, con cambios de programación, degollándolas sin piedad a base de interminables bloques de anuncios. ¿Tío, qué estábamos viendo? Así que probablemente muchos no hayan llegado a ver nunca al Gervacio ejerciendo su estimada profesión. Pues bien. Mi amigo Ricky, para deleite de propios y ajenos se encargó en la gala de este año de despacharse a gusto a base de críticas y bromas vamos a decir que durillas de digerir, y más teniendo en cuenta que los dardos los estaba lanzando contra muchos de los presentes en la misma sala. A pesar de que muchas de las dianas estaban nominadas en diferentes categorías cinematográficas viéndoles las caras se podía decir quién es o no un buen actor o actriz. Un poema, vamos.


Se rumorea que una vez acabada la presentación o incluso durante la misma los miembros, y aquí entendamos organizadores, de los Globos le leyeron la cartilla y le llamaron la atención por el tono de sus chistes. Eso dicen, al menos. Pues como el que oye llover, tú. Que te peines con la raya en medio. Obviamente, cuando horas después empezaron a llover las críticas a diestro y siniestro la organización, raudos y veloces pegaron un quiebro de coxis declarando su indignación hacia la figura del humorista. Hasta aquí nada se sale de lo esperado en el guión. Porque es aquí dónde termina la historia y empiezan mis dudas. ¿Había o no había guión en todo este show? ¿La cosa fue iniciativa del Richievalens o preparado y orquestado por todos?

Lo cierto es que con todo el bombo que se le ha dado al tema, sobre todo fuera, que aquí ya sabemos que estamos más por las belenesestébans de turno y lo foráneo sólo nos interesa para criticar, el Rickyricardo ha conseguido la pseudo fama que probablemente buscaba. Los famosos 15 minutos que ya predecía Warhol. Pero ojo. No nos engañemos. De ningún certamen de los Globos, desde hace tiempo, se había hablado tanto como de éste. Y sabiendo lo buenos que pueden ser haciendo montajes, que tampoco es el primero que nos cuelan, y que la polémica es a veces el mejor comercial de tu empresa me saltan ciertas dudas. 

Puedo aceptar como válido que un presentador cuele una impertinencia de cosecha propia sin que eso entre en el guión. Una licencia puntual imposible de impedir por los regidores o cámaras a pesar del falso directo, que se hace con unos segundos de retraso para poder meter el pitido en el caso de soltar alguna palabra inapropiada. Pero es que Ricardito se tira sus buenos minutos y sin intentos de interrupción de algún copresentador, una detrás de otra, con un discurso súper preparado porque ese ritmo no se improvisa en el momento, ya te lo digo yo. ¿Qué decía entonces en los ensayos? Porque si los niños practican las obras del colegio ni te cuento una gala de éstas. No me creo que la organización no lo supiera.

Así que me quedo con la sensación de que, montaje o no, este año los premios a mejor guión, montaje, actor, dirección y sobre todo el de la mejor película no están en las manos correctas. Y puede que sea una pena pero... that’s showbiz!!

lunes, 7 de febrero de 2011

De besos y ranas

Recojo, con muchas ganas por ser el primero de la sección de desafíos, el guantelete lanzado por martachka, que pidió como tema:
Mi profe de documentación en la uni, cuando ponía ejemplos, siempre decía, "imaginaros que hablamos de la reproducción de las ranas en el Himalaya". Siempre ha sido un tema que me ha intrigado pero nunca he llegado a investigarlo... ¿Tú qué piensas de la reproducción de las ranas en el Himalaya?
No voy a entrar a diseccionar el motivo que pudo haber llevado en su momento a tu ex profesor a poner este tipo de ejemplos, ni asomo a intuir en qué contexto puede tener cabida semejante introducción. Esto de la documentación me la imaginaba diferente, la verdad. Ahí dejo la premisa para una profunda reflexión que quizá retome si consideras la necesidad. Voy, pues, a ceñirme en el tema de la demanda que al final es el que ha motivado estas líneas. La reproducción de las ranas en el Himalaya.

Creo, poniendo por delante el hecho de no soy un experto, que lo realmente importante aquí es el matiz, nada desdeñable de “en el Himalaya”. Lo digo, más que nada, porque no recuerdo haber visto nunca en mis innumerables búsquedas en librerías, especializadas o no, mientras ojeaba novedades, ningún Kamasutra de batracios.  Y de aquí deduzco, con atrevida falta de contrastación de los hechos, que lejos de usar posturas extrañas las ranitas en cuestión deben utilizar el método de “tú arriba y yo debajo”, clásico pero igualmente efectivo. No voy a aventurarme a decir quién, el macho o la hembra, ocupa qué posición. Supongo que esto lo pactan democráticamente en cada ocasión como mandan los cánones. Tampoco voy a entrar a valorar ni criticar el desaprovechado uso de una lengua de semejante longitud con la de posibilidades que esa bendición evolutiva tiene. No. Esos son detalles íntimos que ocurren y se quedan dentro de cada charca. Vamos directos a situar o geolocalizar a nuestra pareja de rana/sapo, rana/rana, sapo/sapo, no vayamos a ponernos mojigatos que estamos ya en el siglo XXI, en pleno centro de la cordillera del Himalaya.         

En ese escenario, intuyo que ni la altura, ni las condiciones climáticas son las más propicias para motivar la apetencia del acto sexual, sobre todo entre ellas. Ya sabemos que cuando hablamos de los machos, sean de la especie que sean, éstos suelen ir sobrados de ganas y faltos de ocasiones. Y para el caso considero poco viable y bastante complicado el alivio personal. Así que casi lo descartamos.

Como inevitablemente los argumentos de si no lo haces por mi hazlo por la especie o el de vivimos pocos años y a ti se te está pasando el arroz acaban, indudablemente, por calar por encima de las excusas migrañeras, al final la consumación tarde o temprano llega. Se me hace extraño en el momento el uso de precauciones. Ni concibo la ironía de la mal nombrada prueba de la ranita unos meses después. Así que a pelo y lo que tenga que ser, será. Y me imagino a esa ranita mirando fijamente a su partenaire a los ojos, ahí es nada el cruce de miradas entre dos ranas, mientras la otra, incapaz anatómicamente de sonrojarse, balbucea precipitadamente a modo de excusa un “la culpa la tiene el frio”. Ésta… es la primera vez que me pasa.    

miércoles, 2 de febrero de 2011

El peso del séptimo arte

Creo que desde que tengo uso de razón… no espera... mal comienzo. La mayoría de los que me conocen saben de mi falta de cordura, de gordura y que cuando mis cuerdas vocales escupen con impunidad y con la complicidad de mi boca sonidos guturales al exterior es más sinrazón que razón. Lo cambio. Tiremos de memoria que por ahí no te pueden replicar nada. Desde hace muchos años, sí, mejor, y cuando digo muchos me refiero a muchos, el menda que aquí suscribe tiene por religiosa costumbre mensual pasar por el kiosquillo de turno para adquirir, comprar y degustar la que, en mi humilde opinión es la mejor revista de cine de este país. ¿País o serrano? … país. En flauta. ¿Flauta o perro-flauta? … esteeee déjalo… Y aquí voy a hacer un poco de publicidad subliminal no remunerada, debo matizar; la revista Fotogramas. Vale, subliminal, poco y sutil, menos. Es lo que hay.

Por perdida doy la guerra que en algún momento lleguen a editar la susodicha revista con tapas, ya no duras, sino de cartoncillo, plastiquete o cualquier otro material mínimamente robusto para poder guardar y clasificar varios centenares de números en posición vertical de manera que le veas el lomo, le pongas o no queso y cebolla. Porque ponerlas en vertical ni cuesta ni es el problema. La mecánica es fácil y lógica, una detrás de la otra hasta que llegues al otro lado de la estantería. El problema viene si la hilera no llega al otro extremo ya que las revistitas, caprichosas ellas, nacen dotadas de una altura y una flaccidez que combinan mal con nuestra tan estimada gravedad. Porque la mayor gravedad del asunto es que cuando al fin compras ese esperado número, no por el contenido sino porque es el que te falta para completar la fila y retrocedes un paso para observar satisfecho el mosaico de colores, te das cuenta con implacable crudeza de un hecho que ni siquiera te habías llegado a plantear.  Coño que larga que me ha quedado esta frase. No le había puesto comas y casi me ahogo al releerla. ¿A que te la has vuelto a releer y/o ahora miras la pantalla con una sonrisa estúpida? A esto se le llama manipulación psicológica. Pues eso. Que te hayas tú mirando a esos pequeños soldados en posición de firmes y con la extraña sensación de que algo se te escapa. ¿Qué es? Te lo pongo fácil. Imagínate que te quieres leer el número 33. ¿Dónde está? Pues hombre, van numeradas… por el centro más o menos. Guay. Ya la he localizado. Ahora sácala y te la lees. Perfecto. Sin problemas en el frente, ¿no? ¿Te ha gustado? Un número muy bueno… ahora vuelve a dejarla en su sitio. Ajaaaaá. Intenta meter una revista de tapas blandas entre un montón bien apretadito sin destrozarla y sin tener que sacar y volver a colocar toda la fila. Imposible. ¿Y dónde acaba? En horizontal encima de todas. Esto con una no pasa nada. Saca varias y repite la jugada. Entre el peso añadido en la horizontal y la pérdida de presión en la vertical el resultado acaba siendo dantesco. Una mierda, vaya.

Y asumiendo las desesperantes consecuencias sigo entrando a pedir con constancia y rigurosidad las novedades cinematográficas del mes al tiempo que el kiosquero me pregunta…  aquí la tienes, ¿te quito el cartón?... claro, majo… encima cachondeo.