miércoles, 2 de febrero de 2011

El peso del séptimo arte

Creo que desde que tengo uso de razón… no espera... mal comienzo. La mayoría de los que me conocen saben de mi falta de cordura, de gordura y que cuando mis cuerdas vocales escupen con impunidad y con la complicidad de mi boca sonidos guturales al exterior es más sinrazón que razón. Lo cambio. Tiremos de memoria que por ahí no te pueden replicar nada. Desde hace muchos años, sí, mejor, y cuando digo muchos me refiero a muchos, el menda que aquí suscribe tiene por religiosa costumbre mensual pasar por el kiosquillo de turno para adquirir, comprar y degustar la que, en mi humilde opinión es la mejor revista de cine de este país. ¿País o serrano? … país. En flauta. ¿Flauta o perro-flauta? … esteeee déjalo… Y aquí voy a hacer un poco de publicidad subliminal no remunerada, debo matizar; la revista Fotogramas. Vale, subliminal, poco y sutil, menos. Es lo que hay.

Por perdida doy la guerra que en algún momento lleguen a editar la susodicha revista con tapas, ya no duras, sino de cartoncillo, plastiquete o cualquier otro material mínimamente robusto para poder guardar y clasificar varios centenares de números en posición vertical de manera que le veas el lomo, le pongas o no queso y cebolla. Porque ponerlas en vertical ni cuesta ni es el problema. La mecánica es fácil y lógica, una detrás de la otra hasta que llegues al otro lado de la estantería. El problema viene si la hilera no llega al otro extremo ya que las revistitas, caprichosas ellas, nacen dotadas de una altura y una flaccidez que combinan mal con nuestra tan estimada gravedad. Porque la mayor gravedad del asunto es que cuando al fin compras ese esperado número, no por el contenido sino porque es el que te falta para completar la fila y retrocedes un paso para observar satisfecho el mosaico de colores, te das cuenta con implacable crudeza de un hecho que ni siquiera te habías llegado a plantear.  Coño que larga que me ha quedado esta frase. No le había puesto comas y casi me ahogo al releerla. ¿A que te la has vuelto a releer y/o ahora miras la pantalla con una sonrisa estúpida? A esto se le llama manipulación psicológica. Pues eso. Que te hayas tú mirando a esos pequeños soldados en posición de firmes y con la extraña sensación de que algo se te escapa. ¿Qué es? Te lo pongo fácil. Imagínate que te quieres leer el número 33. ¿Dónde está? Pues hombre, van numeradas… por el centro más o menos. Guay. Ya la he localizado. Ahora sácala y te la lees. Perfecto. Sin problemas en el frente, ¿no? ¿Te ha gustado? Un número muy bueno… ahora vuelve a dejarla en su sitio. Ajaaaaá. Intenta meter una revista de tapas blandas entre un montón bien apretadito sin destrozarla y sin tener que sacar y volver a colocar toda la fila. Imposible. ¿Y dónde acaba? En horizontal encima de todas. Esto con una no pasa nada. Saca varias y repite la jugada. Entre el peso añadido en la horizontal y la pérdida de presión en la vertical el resultado acaba siendo dantesco. Una mierda, vaya.

Y asumiendo las desesperantes consecuencias sigo entrando a pedir con constancia y rigurosidad las novedades cinematográficas del mes al tiempo que el kiosquero me pregunta…  aquí la tienes, ¿te quito el cartón?... claro, majo… encima cachondeo.  

1 comentario:

  1. ¿Has probado con un sujetalibros? No es por desmerecer el curro de completar toda la fila, que tiene mérito, pero ayuda a combatir el efecto de la gravedad que hace que parezca que las revistas están en una tumbona en la playa...

    ResponderEliminar