miércoles, 20 de abril de 2011

La docencia de la sangre

Se acerca un año más el día de la madre y me gustaría homenajear esa figura que para todos ha supuesto una constante fuente de aprendizaje a lo largo de nuestra vida. El problema es que han tenido que ir pasando los años para que la distancia nos ayude a ver y entender todo lo que nuestras madres nos inculcaron sin nosotros saberlo y cómo han ido modelando nuestra personalidad con un método casi tan tradicional como lo son las fiestas de pueblo; a ostias. Pero lejos de reproches hay valorar en su justa medida todo el conocimiento que durante mucho tiempo nos han ido calzando en nuestras torpes cabezas, que no ha sido poco.

Qué sería de nuestra fuerza de voluntad si no hubiéramos pasado por esos momentos de no te levantas de ahí hasta que te lo comas todo. Jamás habríamos estado preparados para hacer esas sobremesas de cuatro horas que alguna vez nos ha tocado hacer de adultos. Y te lo acababas. Ya te digo si te lo acababas. Y cuando al día siguiente, viéndole las orejas al lobo, le preguntabas qué había de comer te daba la más contundente lección de lógica de tu vida. Comida. Lección que compensaba como se te ocurriera replicar alguna cosa con un cierra la boca y come. Absurdo y lógica. Cal y arena. Aunque nada igualaba la patada en la boca que le daba modus ponens tras cada porque lo digo yo… y punto. Cientos de filósofos removiéndose en sus tumbas. Si lo llego a saber me hago pescadero. Seguramente todos con la misma expresión que se te quedaba en el rostro cuando te soltaba un cállate y contéstame. Vale. PAF.

Pero también hay que reconocer que nos enseñó muchas otras cosas: a ser previsores y a llevar la ropa limpia por si teníamos un accidente. A ahorrar: guárdate las lágrimas para cuando yo me  muera. Incluso ciencias con la teoría de causa-efecto: tú sigue llorando que verás como te doy una razón para que llores de verdad. Bueno, en este caso era efecto-causa pero valía igual. O encriptación: no me no me… que te que te. Incluso se atrevían con la religión: tú reza para que salga la mancha. Y educación física: mira cómo llevas la nuca de mierda. A caballo entre el estiramiento y el contorsionismo, eso sí.

Aunque nada superará jamás las dos grandes frases que soltaba cuando me portaba mal. La primera: como te mates te pego. ¿Cómo? ¿Me amenazas con profanar los restos de mi cuerpo o algo así? No sé, a lo mejor tengo que firmar algún tipo de documento para donar mis restos, no a la ciencia, no… a mi madre… para que me ajuste cuentas. Pero sin duda mi preferida era ese ven aquí que te pegue. Y lo era más que nada por la cara de indignación, cuando no de sorpresa, al ver que lejos de cumplir el mandato la oteaba en la distancia con expresión alucinada. ¿De verdad esperabas que fuera? Hombre, igual te vendría bien leerte un par de libros de motivación personal. Pero como por todos es sabido que las madres deben decir la última palabra no había situación, lección o circunstancia que no acabara con la más dañina de todas las lapidaciones: eres como tu padre. Cuatro palabras y los dos hundidos en la miseria. Sólo al alcance de una madre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario