jueves, 21 de abril de 2011

Vamos a ver

Me he confesado, ya en varias ocasiones y en varios lugares, lector empedernido y devorador de obras literarias de todo tipo. La mayoría de los que tienen o han tenido la desgracia de tratar conmigo son conocedores de esa debilidad, una de tantas que sufre mi persona. Principalmente, eso sí, de prosa antes que de poesía. No porque no valore la obra poética o la considere snob. No va por ahí. Es indudable que la poesía goza de una reputación digamos artística y creativa quizá mayor incluso que su tocaya. Pero entrad en una librería y comparad el volumen de narrativa entre una y otra. Diría que se consume y se escribe más novela. En cualquier caso, sea una u otra, lo importante es que exista ese hábito saludable – aunque quizá no excesivamente barato – de la lectura por el bien de nuestra propia cultura social y personal.

¿Y por qué suelto esta perogrullada? Bueno, principalmente viene a raíz de una conversación que mantenía, hace apenas unos días, con una prima mía de veintitantos que, aprovechando que estaba por la zona visitando clientes – es comercial – se pasó por mi casa a la hora de comer. Cuando entró en el salón y vio estanterías llenas con centenares de libros hizo el mismo comentario que otros invitados antes que ella. ¡Cuantos! Y luego me estuvo explicando cómo en breve se le acaba contrato, las dificultades para vender, etc que desgraciadamente demasiadas personas sufren en estos tiempos en sus carnes. Hasta que en un momento dado me hizo una pregunta que me dejó entre perplejo y sorprendido: ¿oye no tendrás un libro de esos para hablar bien?… te refieres a algo para mejorar la oratoria o la fluidez verbal, le pregunté. ¡Eso! ¿Ves? A mí no me sale hablar así. Ya.


Presupongo que deben existir libros como el referido por mi prima aunque en mi opinión algo así no se soluciona con manuales de bolsillo. La forma y contenido con el que cada uno de nosotros nos expresamos es el resultado de años de estudiar, de hábitos de lectura, del entorno cultural en que nos movemos y mil cosas más. Y eso, para una generación de sms que ha crecido pasando cursos aprobaras o suspendieras, incapaz de acertar cuando una palabra va con b o con v, que lo escriben todo con k, a la que no le tiemblan las cañas ni se le cae la cara de vergüenza cuando escribe un “vamos haber” y que no se lee un libro porque ya harán la peli, creo que les está llegando el momento de empezar a pagar esa factura – con intereses - anunciada por muchos. Y lo que realmente veo más difícil es motivarlos. Cuando ves por la televisión – medio por el que aún se puede llegar a ellos e influenciarlos – programas dedicados a la lectura la gran mayoría son productos con enfoques extremadamente intelectualoides, infumables, que nos hacen sentir a todos como gilipollas incultos. Que digo yo que entre el libro de recetas de Arguiñano y el universo kafkiano hay un mundo de literatura en medio.

Pero no todo está perdido porque ahora que se acerca Sant Jordi volveremos a disparar las ventas de unos libros que, mucho me temo, en demasiados casos simplemente cogerán polvo en alguna estantería perdida de casa. Porque regalarlos es tradición. Una tradición que no menciona nada de leerlos. Por eso los hacen con los lomos bonitos. Para que al menos aporten a la estética de nuestra decoración lo que no pueden aportarnos a nuestra propia imaginación. Una lástima. Quizá busque ese manual y lo regale. ¿Tiene alguno con la tapa azul?

miércoles, 20 de abril de 2011

La docencia de la sangre

Se acerca un año más el día de la madre y me gustaría homenajear esa figura que para todos ha supuesto una constante fuente de aprendizaje a lo largo de nuestra vida. El problema es que han tenido que ir pasando los años para que la distancia nos ayude a ver y entender todo lo que nuestras madres nos inculcaron sin nosotros saberlo y cómo han ido modelando nuestra personalidad con un método casi tan tradicional como lo son las fiestas de pueblo; a ostias. Pero lejos de reproches hay valorar en su justa medida todo el conocimiento que durante mucho tiempo nos han ido calzando en nuestras torpes cabezas, que no ha sido poco.

Qué sería de nuestra fuerza de voluntad si no hubiéramos pasado por esos momentos de no te levantas de ahí hasta que te lo comas todo. Jamás habríamos estado preparados para hacer esas sobremesas de cuatro horas que alguna vez nos ha tocado hacer de adultos. Y te lo acababas. Ya te digo si te lo acababas. Y cuando al día siguiente, viéndole las orejas al lobo, le preguntabas qué había de comer te daba la más contundente lección de lógica de tu vida. Comida. Lección que compensaba como se te ocurriera replicar alguna cosa con un cierra la boca y come. Absurdo y lógica. Cal y arena. Aunque nada igualaba la patada en la boca que le daba modus ponens tras cada porque lo digo yo… y punto. Cientos de filósofos removiéndose en sus tumbas. Si lo llego a saber me hago pescadero. Seguramente todos con la misma expresión que se te quedaba en el rostro cuando te soltaba un cállate y contéstame. Vale. PAF.

Pero también hay que reconocer que nos enseñó muchas otras cosas: a ser previsores y a llevar la ropa limpia por si teníamos un accidente. A ahorrar: guárdate las lágrimas para cuando yo me  muera. Incluso ciencias con la teoría de causa-efecto: tú sigue llorando que verás como te doy una razón para que llores de verdad. Bueno, en este caso era efecto-causa pero valía igual. O encriptación: no me no me… que te que te. Incluso se atrevían con la religión: tú reza para que salga la mancha. Y educación física: mira cómo llevas la nuca de mierda. A caballo entre el estiramiento y el contorsionismo, eso sí.

Aunque nada superará jamás las dos grandes frases que soltaba cuando me portaba mal. La primera: como te mates te pego. ¿Cómo? ¿Me amenazas con profanar los restos de mi cuerpo o algo así? No sé, a lo mejor tengo que firmar algún tipo de documento para donar mis restos, no a la ciencia, no… a mi madre… para que me ajuste cuentas. Pero sin duda mi preferida era ese ven aquí que te pegue. Y lo era más que nada por la cara de indignación, cuando no de sorpresa, al ver que lejos de cumplir el mandato la oteaba en la distancia con expresión alucinada. ¿De verdad esperabas que fuera? Hombre, igual te vendría bien leerte un par de libros de motivación personal. Pero como por todos es sabido que las madres deben decir la última palabra no había situación, lección o circunstancia que no acabara con la más dañina de todas las lapidaciones: eres como tu padre. Cuatro palabras y los dos hundidos en la miseria. Sólo al alcance de una madre.

lunes, 4 de abril de 2011

Universo geek

Quiero felicitar, aunque sea de manera algo tardía, a los autores de geekbcn.com porque me consta que hicieron de manera exitosa la presentación del portal hace no demasiados días. Enhorabuena. El sitio, para los que no lo conozcáis, está dedicado al universo geek dentro de la provincia de Barcelona. ¿Y qué narices es un geek? Pues, básicamente, viene a ser cualquier persona conocedora y/o fascinada por la tecnología (o la informática) en un grado superior a la media. Sin llegar a las connotaciones negativas o peyorativas del freaky o del empollón (nerd). O sea, un nerd es un geek pero no necesariamente es algo que se cumpla al revés. Diría que fuera de nuestras fronteras el concepto es más amplio pero básicamente la idea es esa. En España apenas es conocido fuera de los propios círculos pero hay que tener en cuenta que, como todo grupo humano y social, arrastra tras de sí una cultura bastante característica. Y probablemente mucha gente lo sea sin ser consciente lo cual es genial para todos aquellos que somos poco o nada partidarios de las etiquetas.

Debo matizar que mis felicitaciones, lejos de ser casuales, son en parte cómplices del delito aunque sea de manera ínfima ya que, además de haberles concedido una pequeña entrevista –de la que pongo en seria duda el interés que el mundo pueda tener sobre mi persona - , me han brindado la oportunidad de grafitear sus páginas con mis barbaridades  en una de sus secciones del portal. Como mi debilidad de carácter cuando me proponen e incitan al vandalismo con semejante cheque en blanco me impide cualquier opción de negativa a la propuesta no he tenido más remedio que aceptar sin miramientos.  Eso sí; me he autoimpuesto una longitud de correa algo más corta que la que me suelo dar cuando escribo aquí. No tanto en lo que pueda decir sino en el cómo. Y la razón es sencilla: es el mismo sentido del pudor por el que te cortas cuando tienes que cagar en casa ajena. Por muy sobrada que uno dibuje su fachada no hay que olvidar que detrás aún quedan restos de una educación que mis bienintencionados padres inculcaron en mi persona por el infalible método de la ostia y el collar estrangulador. Y eso, quieras que no, lo acabas interiorizando y agradeciendo a la larga. Uno es consciente que en las despachadas que me pueda pegar aquí queda clara la autoría del desmán pero ese contexto se desdibuja de manera peligrosa cuando lo haces bajo banderas ajenas. Y no tengo intención de manchar la imagen de terceros. Obvio.

Pero eso no significa que baje el tono, ni mucho menos, al de una hermanita de la caridad. De hecho mis primeros posts los he usado para cantar las excelencias de toda esa manada de borregos abducidos por las excelencias vitamínicas de la manzanita de Apple que son incapaces de ver también sus defectos. O los cenutrios que consideran que un informático, además de estar para servirle, tiene que saber arreglar cualquier cosa con batería, pilas o enchufe. O toda esa panda de chupa – voy a decir tintas aunque sea mi segunda opción - que buscan solucionar el mundo - y sus cuentas bancarias - lanzando algo como la ley Sinde. No. Creo que todos debemos opinar de estas cosas y hacerlo con sinceridad. Así que reitero mi felicitación a los chicos de geekbcn por tener la valentía de cederme su espacio sin censuras. Y que la falta de censuras no implique la de modales.

sábado, 2 de abril de 2011

El fénix nipón

Muchas son las imágenes y titulares que hemos vivido en estas últimas semanas relacionados con el reciente tsunami sufrido en Japón y sus consecuencias. No voy a entrar en el juego de desempolvar sinónimos en el diccionario de la innumerable lista de calificativos que a estas alturas ya hemos escuchado, y que oímos cada vez que se produce una desgracia de este tipo. Es obvio que aquí ninguno – salvo quizá los atunes rojos y las ballenas – nos alegramos de que haya pasado algo así. Y muchos han sido los gestos de solidaridad de famosos y anónimos en actos públicos, redes sociales y todo tipo de medios. Todo de una manera muy loable que seguramente nos pajeará la conciencia como mínimo durante unos días. Y ahí se queda todo. En la camiseta de turno - o el avatar humanitario - que a todos nos gusta lucir porque no implica ningún esfuerzo y nos hace sentir mejor con nosotros mismos. Para eso lo hacemos de cara a los demás, no nos engañemos. En eso somos expertos. En lucir lazos que nos permitan coleccionar toda la paleta cromática de colores – ¡anda!, el cian aún no lo tenía –. Eso sí, en el día adecuado, que marcamos convenientemente en el calendario para que nadie dude de nuestra memoria solidaria.  

Y cuando la noticia deja de ser interesante o nos empieza a resultar cansina va desapareciendo poco a poco hasta que nos olvidamos de esas familias que siguen durmiendo encima de una esterilla sin más posesión que el aire que respiran y la ropa que llevan puesta. O de los haitianos que más de un año después siguen con difícil acceso a recursos básicos como el agua potable y la comida. O los pobres chinitos del terremoto de Sichuan – casi 10.000 muertos pero no pasa nada porque chinos hay muchos -. O de los millares que, siete años después, aún no han podido recuperarse del anterior tsunami de Indonesia. O la que lió el Katrina. Y lo triste no es que estas cosas dejen de ser actualidad de manera natural – lógico, ya que la vida debe continuar y son cosas que siempre han pasado y pasarán -. Lo triste es que se vean relegadas porque nos interesan más las declaraciones de un señor que dice haber tenido un rollo con la supuesta amante de un hermano de la amiga de la ex de un famoso. Que es famoso porque participó en un reality durante dos semanas – pero, eso sí, estuvo meses paseándose por todos los platós televisivos – Estos subnormales son los que revientan las audiencias del prime time. O abrimos los telediarios preocupadísimos porque la roja tiene que jugar en un campo en mal estado. Pobrecitos. Ahora me pongo un lazo, coño.

Pero en todo este asunto hay algo que no puedo evitar destacar y alabar como se merece; la actitud que ha tenido y tiene el propio pueblo japonés ante semejante desgracia. Esto pasa aquí, con todo lo que nos gusta alardear de las virtudes de nuestro carácter latino, y estaríamos sumidos en el mayor caos. Ya lo estamos cuando caen cuatro gotas, o cuatro copos que cada año nos sorprenden y pillan a contrapié. En los mismos sitios, en las mismas fechas y con el mismo problema, aún sin resolver. Mientras responsables y oposición –sean del color que sean en ese momento- aprovechan para atacarse en busca de electores, criticarse y lanzarse pullas. Lo que sea menos arreglar de una puta vez el problema. En Japón no. Asumen el desastre con calma y de manera civilizada. Ni saqueos ni ostias. Y no me vale la excusa de ser primera potencia mundial con recursos. Que Nueva Orleans no es precisamente tercermundista y esas cosas pasaron igual. Así que el consuelo es que, a pesar de que en unas semanas más ya no reclamarán más la atención mundial, no tengo duda de que en pocos años volverán a resurgir de sus propias cenizas como ya han hecho en el pasado. Dando un ejemplo que el resto del mundo se niega a imitar.    

lunes, 14 de marzo de 2011

Las cinco jotas

No voy a negar que siempre me he sentido fascinado por aquellas personas capaces de andar despachándose con propios y ajenos o mentando a las madres con el tratamiento de usted. Váyase a la mierda, como popularizó hace algunos años el ya desaparecido Fernando Fernán Gómez. Me encanta. Viste mucho. Lo mando a canalizar en su persona las montañas de excrementos y despojos de toda la humanidad pero con respeto, oiga. O al menos con educación. Me parece una auténtica genialidad. Faltar pero con cortesía. Injuriar pero con consideración. Conseguir mezclar agua y aceite haciendo que la alquimia actúe contra natura. Pero al mismo tiempo me pregunto: ¿Es necesaria esa deferencia?

Hagamos el esfuerzo de quitar las capas superficiales de la ofensa, el honor o la simple maldad y centrémonos en el propósito final de la acción cuando nos lanzamos a insultar a diestro y siniestro. El bienestar que nos produce hacerlo. Es la misma sensación de desahogo que tiene el final de una vomitona. Uf, qué bien me he quedado. Y cuando hablamos de ésos términos indudablemente no hay nada como el insulto español. No sólo por la variedad y cantidad de sinónimos que surgen de los cinco o diez conceptos básicos. No sólo por la cantidad de permutaciones que podemos realizar sobre tan basta amalgama de términos. Ni por los innumerables contextos, los argots o las chabacanerías aplicables, infinitas en nuestra imaginación. No. Son los mejores por la sonoridad, el ritmo y los innumerables matices que le podemos otorgar tanto en un momento de calentón como en el día a día.

Vamos a por el ejemplo, que es lo que mola: Partamos de la poco original pero socorrida pisada de juanete. Podemos despachar el tema disparando ráfagas – ¡Ostia!... coño… joder… me has pisado, cabrón – o con un largo cañonazo – Meecagoooonlapuuuuuta… el juanete, mamooooón! – Nótese la diferencia de musicalidad y de tono entre ambas. En cualquier caso hablamos de un nivel de enfado medio, que dura la suma de lo que tarda en pasarse el dolor más el rato de orgullo herido. Luego tenemos una segunda modalidad, habitual para casi todos, que es el taco “coletilla”. Usa los mismos términos - no me jodas, que cabrón, ostia tío, coño pavo – pero diluye mucho la intensidad de la palabra malsonante. Vamos, que rara vez ofende e incluso llega a pasar desapercibido. Es casi hasta bonito. Pero, para mí, la que de verdad llega al quid de lo realmente importante, del desahogo, es la del enfado supino en su grado más extremo. La que va a hacer daño. En esos casos y contrariamente a la tendencia que tenemos al hablar de comernos o contraer las palabras aquí lo importante es precisamente lo contrario; alargar la vomitada: Hijo de la grandísima puta. Nada de hijoputa o joputa o hijo de puta. Y aquí hay que matizar que cuando realmente este piropo se escupe con rabia se suelen alargar algunas vocales y, lo mejor, se hace una paradinha al final; híiijo de la grandiiíiisima – parada - puuutaaaa , con acento en toda la palabra a la vez. Así, la frase completa y sin dejarte una letra. Es más, en estos casos cuanto más la adornes, mejor. Me voy a cagar en toda tu puta madre, coño, que me tienes muy mucho hasta la puta polla, pedazo de cabrón con cuernos. ¿Redundante? Sí, pero es que tiene que ser así. Y cómo no, acabamos sentenciando y lapidando el enfado con un ruidoso cojones pronunciándolo, eso sí, como si tuviera cinco jotas, como los buenos jamones producidos, no podía ser de otra manera, por los mejores cerdos. Los belloteros.

martes, 8 de marzo de 2011

Profesiones con procesiones

A uno no se le ocurriría si alguien le presentara a un cocinero famoso, pongamos a un Adrià,  un Arzak o un Berasategui, avasallarle tras el saludo inicial con un comentario del tipo; ostras, así que cocinero… pues vente esta noche a casa y me haces la cena que hoy estoy un poco perro. Hasta el más lerdo es capaz de darse cuenta de que es echarle mucho morro. Y sin embargo hay profesiones, entre las cuales se encuentra la mía, en las que parece que ese límite simplemente no existe. ¿Eres informático?... ¡anda!... ¿me puedes mirar una cosa en el móvil que no me funciona? Voy a obviar lo absurdo de la supuestamente lógica conexión entre ambos conceptos. La informática usa la tecnología, el móvil es tecnología ergo el informático arregla móviles. Claro. Las aspirinas son medicamentos, los supositorios son medicamentos ergo te puedes meter las aspirinas por el culo. Por la misma regla de tres. Pero dejemos, como digo, esa relación aparte y supongamos que efectivamente mis conocimientos dieran para solventarle la papeleta. Sólo una pregunta: ¿Llevo tatuado en la frente “servicio público – gilipollas 24 horas” y  en la cabeza un luminoso verde que diga “libre”? Porque la verdad es que muchas veces te dan ganas de replicar; bueno nene… y tú que eres comercial… ¿por qué no me vendes el coche?  

Y esto, como comentaba, es una lacra con varias profesiones más; cuántos cómicos o presentadores de programas humor no han sido acosados por los fans en la calle a grito de “di algo gracioso”. Pues mira te voy a contar el mismo chiste que me contó ayer tu madre que de la risa que me dio casi me caigo de la cama. ¿A qué viene esa cara? ¿No te gustan las bromas de madres? No. Parece que no mucho. Ya se sabe, campeón, que la tele hace que parezcas más gordo y más simpático.

Pues algo parecido le pasa a una buena amiga que, tiempo atrás, me confesó que durante cierto tiempo cada vez que alguien le preguntaba por su oficio mentía reemplazándolo por el de contable. Porque ya me dirás qué te pueden pedir si te dedicas a eso. La raíz cuadrada de 144, como mucho. O que en una cena de once personas dividas la cuenta para ver a cuánto toca cada uno. Pues usa la calculadora del móvil, tío. Es que no me va… a ver si un día localizo algún informático que me lo mire. Pues bien; su profesión real, la que ejerce para ganarse el pan, es la de psicóloga. No es difícil imaginar el coñazo que supone que la gente, cuando oye eso, te empiece a explicar sus problemas e historias personales y que poco menos exijan que les pases consulta y les soluciones la vida. Así, por la patilla, sin besos ni venir a cuento. Como si les debieras algo. Y la susodicha, cuyo nombre mantendré en el anonimato, carece de la mala leche y de ese punto egoísta necesario para negar los consejos y cortar de raíz la conversación y el abuso de tan simpáticos contertulianos. Y lo más irónico es que en algún caso cuando, ya cansada, lanza alguna indirecta para dar a entender que ella no es un cristal de rómpase en caso de incendio ni un clínex de usar y tirar, la persona acaba haciéndose la loca. Anda que no.    


Y como desgraciadamente esto es una guerra perdida, yo también me voy a unir a la estrategia de mentir en mi trabajo cuando alguien desconocido me pregunte. ¿Que a qué me dedico? Pues soy ginecólogo, campeona. Y de los buenos.

viernes, 4 de marzo de 2011

El bólido vasco

Hace ya unos buenos años, vamos a poner que alrededor de los diez - dos arriba, dos abajo - hice un viaje en coche con mi hermano recorriendo todo el norte de la península ibérica. Uno de ésos de los de no vamos a pisar carreteras principales y vamos a entrar por todos los caminos de cabras, corderos o chotos, a cada pueblo de la costa desde Irún hasta Vigo. Y volvemos por el interior por aquello de compensar la dieta – a la ida de pescadito y a la vuelta de chuletones -. Sin reservas ni compromisos, a parar sobre la marcha, donde nos guste y al ritmo que nos apetezca. Y si un día nos toca dormir en el coche pues pringamos y punto. Que no nos vamos a poner finolis, Giuseppe. La estrategia, por resumirla en cuatro pinceladas, consistía en hacernos con una guía de hoteles de la comunidad autónoma de turno… ¿hasta dónde nos apetece llegar hoy?… ¿hasta aquí?… pues mientras mi hermano conducía yo iba, guía en una mano y móvil en la otra, tanteando la disponibilidad de los hoteles o pensiones del destino elegido. ¿Tienes sitio? Pues resérvame para dos, jefe, que vamos de camino.

A pesar de hacer el viaje en pleno mes de agosto y de estar en aquellos días lejos aún de escuchar la palabra crisis la verdad es que, salvo por la excepción de un par de días, no tuvimos demasiados problemas para encontrar zaguanes donde practicar el deseado reposo del guerrero. Una de esas excepciones ocurrió cuando, después de un buen rato intentándolo, conseguimos que nos reservaran una habitación en Getxo con la premisa de llegar antes de una hora en concreto. Si no estáis aquí antes de las siete de la tarde se la dejo a otra pareja. Sin problema, jefe. De camino íbamos, con la hora pegada al culo cuando, unos kilómetros antes de San Juan de Gaztelugatxe nos encontramos con el desvío a cabo Matxitxako. Vaya por dios. Hay que salirse expresamente y volver por la misma senda para ver la punta más septentrional de Vizcaya – y de la península si no voy equivocado -. ¿Qué hacemos? ¿Nos da tiempo? Y seguidas, dos palabras que en múltiples ocasiones me han teñido la vida con pinceladas de color marrón. Venga. Tírale.

No resulta difícil imaginar la estampa bucólica de esas parejas paseando cogidas de unas manos que se mecen rítmica y elegantemente mientras disfrutan de la paleta de colores, claros y sombras que el atardecer dibuja en el horizonte y el mar. Como tampoco su cara de sorpresa y estupefacción cuando de repente ven llegar una nube de polvo precedida por un bólido sin pegatinas ni asistencias. Y mucho menos el sopor cuando ese coche se detiene, sin parar el motor, las dos puertas abiertas, y de él surgen dos swat, cámara en mano, que sin mediar palabra provocan que todo de repente suceda mucho más lento. De mi salida recuerdo el semi traspiés que casi me hace degustar el suelo vasco - ¡anda, un champiñón! -, salvado por los reflejos felinos de una mano que me tentó de pegarme una vuelta ninja que hubiera dejado al personal más alucinado de lo que ya estaba. Le siguió una media carrera para, sin detenerme, acabar hincando la rodilla derecha en el suelo y en un movimiento rotatorio de cintura, tres instantáneas – una al faro, otra al horizonte y otra a la costa – clic, clic, clic. Aún resonaban los ecos del cierre del diafragma de la cámara cuando, levantando el pulgar y a la voz de “visto” deshice la carrera inicial  para volver al coche, tentado esta vez de entrar por la ventana a lo Michael Knight de no ser por corte de rollo al estar ésta cerrada y la puerta aún abierta.  Y con el mismo torbellino de polvo nos perdimos por el sendero por el que aparecimos. Total; treinta segundos en los que juraría que se mantuvo en el aire un perro que capturaba un frisbi mientras nos lanzaba miradas interrogativas.

Puedo asegurar que estuve allí pero me jugaría la mano derecha a que ninguno de los presentes sería capaz de esbozar ni por asomo mi retrato robot. Y por mucho menos a Dillinger lo hicieron famoso. Injusto.

domingo, 27 de febrero de 2011

La caja lista

No hace demasiados días tuve la ocasión de engancharme mientras zapineaba, entre desesperado y desanimado por verme forzado por enésima vez a un ejercicio que personalmente no practico por placer, a una supuesta contienda intelectualoide - en el segundo canal nacional, cómo no - donde varios contertulianos supuestamente expertos en el mundillo disertaban acerca de una pregunta lanzada por el conductor del debate; ¿tenemos la televisión que nos merecemos? Justo escupía el presentador la cuestión cuando, entre curioso e intrigado, levanté mi dedo del botón del mando para ver qué y cómo respondían sus señorías a semejante perogrullada. Como era de esperar las respuestas a una pregunta tan directa ni por asomo se dilucidaban de la misma manera porque, claro, somos expertos y tenemos que demostrar que podemos diseccionar la base ambiental y educativa, el contexto y la historia de una programación que siguen insistiendo en mostrar como un servicio a nuestra tan estimada sociedad. Vamos, hombre. Que somos todos gilipollas y gilipollos.

La cosa es bastante menos complicada. Sí. Tenemos exactamente la mierda que nos merecemos. Y nuestra televisión es, desde hace ya muchos años, única y exclusivamente un negocio lucrativo que incuba y endiosa a famosos de un día – o lamentablemente más – sin ningún mérito destacable que desgraciadamente nos reflejan mejor de lo que nosotros queremos admitir y que llenan nuestras conversaciones y marujeos diarios. Todo con la debida complicidad de la prensa escrita y oral, rosa o no - separación que se ha desdibujado de tal manera que uno ya duda incluso de la existencia de esa línea - 

A las pruebas me remito: Hace relativamente poco, con la fusión de los canales Cuatro y Telecinco, eliminaron sin que les temblaran ni un ápice los pulsos el canal de CNN para sustituirlo en la parrilla por la última edición del Gran Hermano, máxima expresión y punta de lanza de la telebasura y que anda ya, después de años de bazofia, escarbando por los más bajos subsuelos de las alcantarillas televisivas. ¿Se quejó alguien por el obvio descenso cualitativo? Ni mucho menos. Subieron las audiencias del casposo programita. Y ante eso nada se puede replicar. Porque en este negocio el share es juez y parte, lo es todo y es el que manda. Así de rotundo. ¿Esto es lo que queréis? Esto es lo que os damos. Democráticamente. Y en el camino vamos a sacar el máximo petróleo que podamos, claro. Que la policía tampoco es tonta. Y todos, del primero al último, de los que en algún momento consumimos los fluidos hercianos que vomita la caja tonta entramos en ese juego y lo alentamos. Aunque, por supuesto, todos nos consideremos merecedores de algo mejor. A nadie le gusta ser calificado de paleto, inculto o incluso bárbaro pero lo cierto es que la fórmula ya estaba inventada desde la época de los romanos donde, para apaciguar a las masas y desviar la atención del pueblo de las críticas a los gobernantes se usaba el socorrido recurso del pan y circo. Sospechosamente parecido al de toreros y folclóricas de hace no tantos años. Pero que nada tiene que ver con el de fútbol y prensa rosa. Porque ahora todos somos mucho más intelectuales. Y todos vemos los documentales de la 2. Manda cojones.

lunes, 21 de febrero de 2011

Mister M

No le acabo de pillar el rollo. Y eso que yo, como la gran mayoría de las personas, soy un ser social. Como el que más, vamos. Otra es que sea socialmente aceptado, hasta ahí no me mojo, pero el hecho es que no acabo de entender dónde narices está la gracia del twitter. Porque hay gente que es auténticamente fanática y no sé qué le ven.


Ilustrémoslo con un ejemplo: Supongamos que yo soy el sujeto A del experimento. Como hago a diario me levanto de la cama o del cojín del perro, que yo soy una persona abierta a opciones o fetiches, y en el tuiter de mi móvil saludo a la nueva mañana. Luego me dan los buenos días en el ascensor y no contesto pero eso no importa. Porque me han dado las cortesías matutinas contadas y eso implica que si te contesto gasto la de mañana y me podrían llegar a acusar de ser borde. ¿Quieres mis buenos días? Pues te haces seguidor. Ok, primera tarea cumplida. Ahora me hago un café, me ducho y me visto. Como gracias a la fibra he pasado de ser un cabrón a ser una persona regular me siento en el trono a hacer mi acción ecológica del día. Plantar un pino. Pero cenar ensalada de arroz tiene sus consecuencias y puede que el arbolito  pierda el diminutivo para convertirse en una secuoya así que cojo mi móvil y tras una foto tirada con flash y ojos rojos subo el siguiente comentario; “Aquí un tío súper duro llamado mr. Mojón. Un colega mío”. ¿Y por qué he hecho eso? Pues porque algo en el interior de mi cabeza me ha hecho pensar que la gente está interesadísima en todas mis mierdas y por eso las comparto con mis fólogüers. ¿Y eso qué es? Pues todas aquellas personas cuya vida sería triste y anodina de no ser por mis grandes comentarios. Los que siguen mis chorradas, vamos. Y yo a mi vez sigo las grandes citas y geniales comentarios de una serie de gente que puede ser los mismos que me siguen o no. O sea que yo te sigo pero tú no me sigues, o sí, pero la lleva él. Hasta aquí se me sigue, ¿no? Y por si alguno tenía claro quién iba delante y quién detrás nos sacamos de la manga los retuíts. Que molón… ¿y eso de qué va? Pues se trata de que yo, como fólogüer de alguien publique de nuevo un comentario para que mis fóloguers que pueden no ser fólogüers del posteador inicial, o sí, vean el buenos días del colega. Todo súper intuitivo. Rozando lo trivial. Y sobre todo compensado por lo útil y enriquecedor de la experiencia.

A partir de aquí empiezan preguntas como si retuitéas un retuit qué le pasa. ¿Vuelve al estado original o desaparece? O si citas la respuesta de un retuit eso a quién narices le llega y en qué eslabón exacto de la cadena de mensajes se pierde de manera definitiva la dignidad. Que lo de las citas también tiene un polvo. Bueno, en realidad no. Son citas sin polvo. Que te dejan con la misma cara de tonto. Así que no, definitivamente no le acabo de pillar el rollo a esto. Pero hasta que alguien no lance un halcón que se lo coma me huelo que cada mañana nos seguirá despertando el piar de los pajarillos digitales. Buenos días, nenes. Buenos días.Y buena suerte.

lunes, 14 de febrero de 2011

Fuera sí pero ¿de serie?

No podía, y los que de manera esporádica o repetitiva han tomado café o desayunado algún viernes conmigo lo saben, andar diseccionando temas alegremente y dejar pasar precisamente el que en numerosas ocasiones ha ejercido con tanta solvencia de musa y leit motiv de memorables momentos y bromas. O pasarlo de puntillas, sin el debido respeto que un grande se merece. No sería justo. Porque viernes tras viernes cuando llegaba ese momento en el que alguien se levantaba dibujando en el aire ese gesto estandarizado y reconocible con la mano, ¿café?, te acercabas a la máquina lanzando rápidas y mal disimuladas miradas, al tiempo que insertabas la cápsula, hacia el montón de diarios, intentando reconocer entre la pila de papel de periódico una tapa plastificada y de color que te aceleraba el pulso. ¿Está? Píllalo, píllalo.

En este caso se trataba del suplemento “Fuera de serie” con el que el diario Expansión premia a sus compradores cada final de semana laboral y que se contaba y se cuenta entre las múltiples suscripciones de la empresa. Porque somos guays y nos suscribimos a cosas guays. El mencionado suplemento, para los que nunca lo hayan leído, tiene como objetivo el ilustrar las novedades en moda, viajes, complementos y todo tipo de excentricidades para un público, perdón, para un target (que parece que ahora todo hay que traducirlo a la lengua y grafía de los hijos de la pérfida Albión para que no parezcas un paleto sin caché ni estatus) vamos a decir que de un poder adquisitivo medio - alto. Pero medio - alto, alto, alto.

Y aquí reside su gracia. En hacer que los que ni de coña podemos pagar la inmensa mayoría de los objetos de sus páginas nos consolemos bajo la máxima de que tener dinero no significa tener buen gusto. ¿Calcetines rojos y pantalón escocés vendidos como el colmo de la elegancia? ¿Collares súper ponibles que podrían adornar el cuello de cualquier zíngara escapada del relato de Miguel Strogoff? ¿Utilitarios cómodos, elegantes y familiares donde los haya? Para llevar al niño al colegio cada mañana, vamos. Y así, página tras página vas descubriendo un mundo de accesorios que son como los trajes de los desfiles de moda de alta costura. ¡Eso no se lo pone ni cristo! ¿Para quién los hacen? Pero, eso sí, estimulado cada vez que doblas una hoja por lo que en la vida hubieras pensado que una imaginación pudiera parir y mucho menos hacer. Zapatos de mujer con taconazo de aguja y cola de zorro. Pero cola, cola. De las de verdad. Sin desperdicio.

Así que no puedo evitar hacer mi pequeño y sentido homenaje al que en muchos momentos nos ha dado un último empuje para acabar ese último día de trabajo semanal de una manera algo más amena, compartiendo mofas, juntando cabezas alrededor de unas páginas plastificadas y entonando un mira, mira, mira. Por ellos levanto mi taza. De café.

jueves, 10 de febrero de 2011

Y el mejor guión es para...

No hace demasiado se celebró, como todos los años, la gala de los Globos de Oro ésta vez debidamente adornada por la polémica actuación de un tal Ricky Gervais, actor y guionista no demasiado conocido en estas mesetas más allá de su intervención en la serie The Office. Serie que, como casi todas las decentes que entran en la parrilla en este país, vapuleamos en nuestras cadenas nacionales y privadas en horas indecentes, con cambios de programación, degollándolas sin piedad a base de interminables bloques de anuncios. ¿Tío, qué estábamos viendo? Así que probablemente muchos no hayan llegado a ver nunca al Gervacio ejerciendo su estimada profesión. Pues bien. Mi amigo Ricky, para deleite de propios y ajenos se encargó en la gala de este año de despacharse a gusto a base de críticas y bromas vamos a decir que durillas de digerir, y más teniendo en cuenta que los dardos los estaba lanzando contra muchos de los presentes en la misma sala. A pesar de que muchas de las dianas estaban nominadas en diferentes categorías cinematográficas viéndoles las caras se podía decir quién es o no un buen actor o actriz. Un poema, vamos.


Se rumorea que una vez acabada la presentación o incluso durante la misma los miembros, y aquí entendamos organizadores, de los Globos le leyeron la cartilla y le llamaron la atención por el tono de sus chistes. Eso dicen, al menos. Pues como el que oye llover, tú. Que te peines con la raya en medio. Obviamente, cuando horas después empezaron a llover las críticas a diestro y siniestro la organización, raudos y veloces pegaron un quiebro de coxis declarando su indignación hacia la figura del humorista. Hasta aquí nada se sale de lo esperado en el guión. Porque es aquí dónde termina la historia y empiezan mis dudas. ¿Había o no había guión en todo este show? ¿La cosa fue iniciativa del Richievalens o preparado y orquestado por todos?

Lo cierto es que con todo el bombo que se le ha dado al tema, sobre todo fuera, que aquí ya sabemos que estamos más por las belenesestébans de turno y lo foráneo sólo nos interesa para criticar, el Rickyricardo ha conseguido la pseudo fama que probablemente buscaba. Los famosos 15 minutos que ya predecía Warhol. Pero ojo. No nos engañemos. De ningún certamen de los Globos, desde hace tiempo, se había hablado tanto como de éste. Y sabiendo lo buenos que pueden ser haciendo montajes, que tampoco es el primero que nos cuelan, y que la polémica es a veces el mejor comercial de tu empresa me saltan ciertas dudas. 

Puedo aceptar como válido que un presentador cuele una impertinencia de cosecha propia sin que eso entre en el guión. Una licencia puntual imposible de impedir por los regidores o cámaras a pesar del falso directo, que se hace con unos segundos de retraso para poder meter el pitido en el caso de soltar alguna palabra inapropiada. Pero es que Ricardito se tira sus buenos minutos y sin intentos de interrupción de algún copresentador, una detrás de otra, con un discurso súper preparado porque ese ritmo no se improvisa en el momento, ya te lo digo yo. ¿Qué decía entonces en los ensayos? Porque si los niños practican las obras del colegio ni te cuento una gala de éstas. No me creo que la organización no lo supiera.

Así que me quedo con la sensación de que, montaje o no, este año los premios a mejor guión, montaje, actor, dirección y sobre todo el de la mejor película no están en las manos correctas. Y puede que sea una pena pero... that’s showbiz!!

lunes, 7 de febrero de 2011

De besos y ranas

Recojo, con muchas ganas por ser el primero de la sección de desafíos, el guantelete lanzado por martachka, que pidió como tema:
Mi profe de documentación en la uni, cuando ponía ejemplos, siempre decía, "imaginaros que hablamos de la reproducción de las ranas en el Himalaya". Siempre ha sido un tema que me ha intrigado pero nunca he llegado a investigarlo... ¿Tú qué piensas de la reproducción de las ranas en el Himalaya?
No voy a entrar a diseccionar el motivo que pudo haber llevado en su momento a tu ex profesor a poner este tipo de ejemplos, ni asomo a intuir en qué contexto puede tener cabida semejante introducción. Esto de la documentación me la imaginaba diferente, la verdad. Ahí dejo la premisa para una profunda reflexión que quizá retome si consideras la necesidad. Voy, pues, a ceñirme en el tema de la demanda que al final es el que ha motivado estas líneas. La reproducción de las ranas en el Himalaya.

Creo, poniendo por delante el hecho de no soy un experto, que lo realmente importante aquí es el matiz, nada desdeñable de “en el Himalaya”. Lo digo, más que nada, porque no recuerdo haber visto nunca en mis innumerables búsquedas en librerías, especializadas o no, mientras ojeaba novedades, ningún Kamasutra de batracios.  Y de aquí deduzco, con atrevida falta de contrastación de los hechos, que lejos de usar posturas extrañas las ranitas en cuestión deben utilizar el método de “tú arriba y yo debajo”, clásico pero igualmente efectivo. No voy a aventurarme a decir quién, el macho o la hembra, ocupa qué posición. Supongo que esto lo pactan democráticamente en cada ocasión como mandan los cánones. Tampoco voy a entrar a valorar ni criticar el desaprovechado uso de una lengua de semejante longitud con la de posibilidades que esa bendición evolutiva tiene. No. Esos son detalles íntimos que ocurren y se quedan dentro de cada charca. Vamos directos a situar o geolocalizar a nuestra pareja de rana/sapo, rana/rana, sapo/sapo, no vayamos a ponernos mojigatos que estamos ya en el siglo XXI, en pleno centro de la cordillera del Himalaya.         

En ese escenario, intuyo que ni la altura, ni las condiciones climáticas son las más propicias para motivar la apetencia del acto sexual, sobre todo entre ellas. Ya sabemos que cuando hablamos de los machos, sean de la especie que sean, éstos suelen ir sobrados de ganas y faltos de ocasiones. Y para el caso considero poco viable y bastante complicado el alivio personal. Así que casi lo descartamos.

Como inevitablemente los argumentos de si no lo haces por mi hazlo por la especie o el de vivimos pocos años y a ti se te está pasando el arroz acaban, indudablemente, por calar por encima de las excusas migrañeras, al final la consumación tarde o temprano llega. Se me hace extraño en el momento el uso de precauciones. Ni concibo la ironía de la mal nombrada prueba de la ranita unos meses después. Así que a pelo y lo que tenga que ser, será. Y me imagino a esa ranita mirando fijamente a su partenaire a los ojos, ahí es nada el cruce de miradas entre dos ranas, mientras la otra, incapaz anatómicamente de sonrojarse, balbucea precipitadamente a modo de excusa un “la culpa la tiene el frio”. Ésta… es la primera vez que me pasa.    

miércoles, 2 de febrero de 2011

El peso del séptimo arte

Creo que desde que tengo uso de razón… no espera... mal comienzo. La mayoría de los que me conocen saben de mi falta de cordura, de gordura y que cuando mis cuerdas vocales escupen con impunidad y con la complicidad de mi boca sonidos guturales al exterior es más sinrazón que razón. Lo cambio. Tiremos de memoria que por ahí no te pueden replicar nada. Desde hace muchos años, sí, mejor, y cuando digo muchos me refiero a muchos, el menda que aquí suscribe tiene por religiosa costumbre mensual pasar por el kiosquillo de turno para adquirir, comprar y degustar la que, en mi humilde opinión es la mejor revista de cine de este país. ¿País o serrano? … país. En flauta. ¿Flauta o perro-flauta? … esteeee déjalo… Y aquí voy a hacer un poco de publicidad subliminal no remunerada, debo matizar; la revista Fotogramas. Vale, subliminal, poco y sutil, menos. Es lo que hay.

Por perdida doy la guerra que en algún momento lleguen a editar la susodicha revista con tapas, ya no duras, sino de cartoncillo, plastiquete o cualquier otro material mínimamente robusto para poder guardar y clasificar varios centenares de números en posición vertical de manera que le veas el lomo, le pongas o no queso y cebolla. Porque ponerlas en vertical ni cuesta ni es el problema. La mecánica es fácil y lógica, una detrás de la otra hasta que llegues al otro lado de la estantería. El problema viene si la hilera no llega al otro extremo ya que las revistitas, caprichosas ellas, nacen dotadas de una altura y una flaccidez que combinan mal con nuestra tan estimada gravedad. Porque la mayor gravedad del asunto es que cuando al fin compras ese esperado número, no por el contenido sino porque es el que te falta para completar la fila y retrocedes un paso para observar satisfecho el mosaico de colores, te das cuenta con implacable crudeza de un hecho que ni siquiera te habías llegado a plantear.  Coño que larga que me ha quedado esta frase. No le había puesto comas y casi me ahogo al releerla. ¿A que te la has vuelto a releer y/o ahora miras la pantalla con una sonrisa estúpida? A esto se le llama manipulación psicológica. Pues eso. Que te hayas tú mirando a esos pequeños soldados en posición de firmes y con la extraña sensación de que algo se te escapa. ¿Qué es? Te lo pongo fácil. Imagínate que te quieres leer el número 33. ¿Dónde está? Pues hombre, van numeradas… por el centro más o menos. Guay. Ya la he localizado. Ahora sácala y te la lees. Perfecto. Sin problemas en el frente, ¿no? ¿Te ha gustado? Un número muy bueno… ahora vuelve a dejarla en su sitio. Ajaaaaá. Intenta meter una revista de tapas blandas entre un montón bien apretadito sin destrozarla y sin tener que sacar y volver a colocar toda la fila. Imposible. ¿Y dónde acaba? En horizontal encima de todas. Esto con una no pasa nada. Saca varias y repite la jugada. Entre el peso añadido en la horizontal y la pérdida de presión en la vertical el resultado acaba siendo dantesco. Una mierda, vaya.

Y asumiendo las desesperantes consecuencias sigo entrando a pedir con constancia y rigurosidad las novedades cinematográficas del mes al tiempo que el kiosquero me pregunta…  aquí la tienes, ¿te quito el cartón?... claro, majo… encima cachondeo.  

lunes, 31 de enero de 2011

Estrenos

Mamá, mamá... ¡que me voy a hacer escritor! Aún me quedan reminiscencias de ese tímpano reventado por el guantazo, los premolares saltando de mi boca y esos últimos ecos de consciencia antes de plantarle al mosaico dos besacos como hacía el anterior Papa en sus años más mozos, en los que el tío se lo llevaba todo a la boca. Que no es que me cayera. Qué va. Es que el suelo se me echó encima... y aquí me hallo, unos años después, ejerciendo de escritorzuelo en su vertiente más casposa y chabacana; la de blogs en “el interné”. Déjate de tontadas y acaba ya los deberes, replicaba mi madre. Vale… si eso los detalles ya te los explico luego.

Y debo confesar, si queremos empezar arriando la verdad en la parte alta del mástil, que tampoco es la primera vez que garabateo chorradas en la gran red de redes con total impunidad y autoimpuesta patente de corso. Mamarrachadas de ésas que nunca he entendido que le puedan interesar a nadie pero que tanto le llegan a gustar al populacho. ¿Y por qué? Porque en este país donde se elevan a la licenciatura y el doctorado en arte el chafardeo, los chismes, el criticar y el qué dirán, descubrir las miserias de los demás llena programas en las televisiones, periódicos, charlas públicas o privadas y, cómo no, internet. ¿Lo ves? ¡Éste está peor que yo! Y eso le sirve a la gran mayoría de consuelo. Existe, claro, la excepción de la gente mayor, que llegados a cierta edad invierten esa tendencia. Yo tengo problemas de próstata, del corazón, de la tensión, del colesterol, de almorranas y me tengo que tomar 10 pastillas al día... ¿Eso? Eso no es nada… yo me tomo 24 y además mi perro me pega!    
Hoy, además, no sólo arranco este espacio, siempre sin pretensiones ni aspiraciones, sino que empiezo al mismo tiempo una nueva etapa en mi vida, con ilusiones renovadas y en el mejor de los escenarios que nunca pensé que podría llegar a conseguir. Porque uno pelea durante mucho tiempo asumiendo decepción tras decepción hasta que las expectativas y el cuento de la lechera dejan de estar presentes cuando oteas, más por costumbre que por convicción, hacia tu calendario futuro. Y de repente un día el viento te sopla a favor y todo se pone de cara para darte la oportunidad de quebrar con tu cintura al destino y la mala rutina. Tuya es la decisión y el riesgo. Y yo sin dudarlo he decidido arriesgarme.

Quizá esta bitácora nazca para lanzar al aire nuevos proyectos, éxitos y fracasos. O quizá simplemente se limite a registrar reflexiones, estupideces sin relevancia o anécdotas. Puede que ninguna de las dos. De momento me gusta y me motiva la falta de vallado, el campo abierto y la libertad de poder dar mi siguiente paso en la dirección en la que el capricho decida llevarme. Aunque no venga envuelta en papel de regalo ni acompañada de lazos. Ni con ese característico olor a nuevo. No importa. Es la misma ilusión y las mariposas en el estómago que todos tenemos en todo estreno.